Como vecina tenía a una hormiga que, en
lugar de relajarse, trabajaba sin cesar.
Un verano, mientras la cigarra
descansaba, la hormiga no paraba de trabajar.
La cigarra, despreocupada, se reía de la
hormiga que iba de un lado a otro.
Cuando llegó el invierno, la cigarra se
dio cuenta de que no tenía nada que comer.
Doña hormiga, ¿Podrías darme algo
de comer?
Si hubieras trabajado, hoy
tendrías alimento. Y
siguió:
¿Acaso
no viste lo duro que trabajé mientras tú te divertías?
La cigarra, lamentándose de su actitud
perezosa, fue a buscar otro refugio donde pasar el invierno.
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